ds_gen N. 6 – 2007 – In Memoriam//Murga-Gener

 

Profesor_Javier_ParicioJavier Paricio

Universidad Complutense de Madrid

 

JOSÉ LUIS MURGA

(23.6.1927 - 28.9.2005)

 

*Artículo publicado en Seminarios Complutenses de Derecho Romano XVII (2005) 9-38 (se reproduce con la autorización del autor).

 

SUMARIO: 1. En la casa de Marqués de Paradas. – 2. Formación. – 3. Docencia universitaria en Valladolid, Pamplona y Oviedo (1950- 1965). – 4. El período de Santiago de Compostela (1965-1971). – 5. Los años de zaragoza (1971-1982). Murga como docente. – 6. Última etapa en Sevilla (1982-2005). – 7. Epílogo. – 8. Elenco de publicaciones de José Luis Murga.

 

Mit den Irrthümern der Zeit ist schwer sich abzufinden:

widerstrebt man ihnen, so steht man allein;

lässt man sich davon befangen, so hat man auch weder

Ehre noch Freude davon.

[Es difícil hacer frente a los errores de una época:

si uno lucha contra ellos, se queda solo;

si se deja llevar por ellos, no obtiene ni honor ni alegría].

 

J. W. GOETHE, Maximen und Reflexionen 440

 

 

1. – En la casa de Marqués de Paradas

 

José Luis Murga Gener nació en Sevilla el 23 de junio de 1927, y fue el segundo y último de los hijos del matrimonio formado por Leopoldo Murga de la Vega y María Gener Casas. Al hijo mayor, nacido trece meses antes, se le impuso el nombre de Leopoldo, como su padre y como su abuelo paterno, y, al igual que éstos, sería médico analista; en la actualidad vive jubilado en la capital hispalense[1]. El hijo menor, que sería romanista, recibió el nombre de José Luis, como un tío paterno.

Cuando ambos hermanos vieron la luz, la familia gozaba de una situación económica privilegiada; muestra de ello era la preciosa y enorme casa-palacio familiar donde nacieron, cuya imagen se difundía en postales sevillanas de la época, una de las cuales figura reproducida en esta sede. Esa casa, construida al modo de las antiguas edificaciones griegas y de gusto exquisito tanto interno como externo, estaba ubicada en el número 35 de la calle Marqués de Paradas, y ambos hermanos la recordarían siempre como un paraíso. Con toda probabilidad se encontraba al menos en el subconsciente de don José Luis cuando, en uno de sus últimos libros de tradiciones andaluzas, aludía de manera figurada al ejemplo de los hijos de directores de museos pictóricos, acostumbrados desde la infancia a contemplar la belleza y que, luego, por medio del estudio o de las explicaciones de maestros, aprenden de forma más iluminada lo que ya sabían desde niños. La casa había sido construida por iniciativa del abuelo paterno, hombre extraordinariamente emprendedor, el cual se estableció en Sevilla en los últimos años del siglo XIX cuando la inminente independencia de Cuba indujo a muchas familias de origen peninsular a emprender el regreso a España. El que fijara su residencia en Sevilla no obedecía, sin embargo, a un retorno a las raíces (pues la familia Murga era originaria de Álava), sino a la estrecha vinculación que tanto él como su padre tenían con la capital andaluza y su puerto, por las actividades de comercio marítimo a las que se dedicaban, en especial el transporte de tabaco, azúcar y caoba. La actividad profesional médica la desarrollarían tanto él como su hijo primogénito – Leopoldo Murga de la Vega – en esa casa, que incluía un balneario con tratamientos terapéuticos que ellos mismos preparaban.

Leopoldo Murga de la Vega era liberal por tradición familiar, e incluso un tío suyo dirigió un periódico sevillano que se llamaba precisamente El liberal, La madre, María Gener, era de tendencia más conservadora. Había nacido en Sevilla, aunque en el seno de una familia de origen catalán. Parte de su familia paterna también se había trasladado en el siglo XIX a Cuba, y era la propietaria de tabacos Gener. Se trataba de una mujer de profunda religiosidad, que la transmitiría a José Luis, al igual que le inculcaría la pasión por las cofradías sevillanas. Don José Luis dejó indicado por escrito, en uno de sus libros finales dedicados a las cofradías hispalenses, que la primera cofradía a la que perteneció fue a la de la Borriquita; más adelante, finalizada la guerra, pertenecería a la Soledad de San Buenaventura y, ya hasta su muerte, a la Quinta Angustia[2].

 

Casa natal de José Luis Murga en Sevilla.

La tarjeta postal reproducida lleva por detrás matasellos con fecha 27-7-1930.

 

En la casa de Marqués de Paradas transcurrió toda la infancia de Leopoldo y José Luis Murga Gener hasta la Guerra Civil, iniciada justo cuando los hermanos acababan de cumplir respectivamente los diez y los nueve años de edad. Es posible que algunos de los rasgos de ansiedad que don José Luis todavía manifestaba en la madurez guardasen relación con los años de la guerra, donde la ciudad de Sevilla estuvo sometida a frecuentes bombardeos y donde las bombas «caían en cualquier lugar menos en el que estaban destinadas a estallar». También durante la guerra los todavía pequeños hermanos estuvieron a punto de ver fusilado a su padre debido a una confusión, pues en las inmediaciones de su casa apareció muerto un falangista con un tiro en la cabeza, y se creyó que el disparo había sido efectuado desde una ventana de la casa que se encontraba entreabierta. De la inminente ejecución le libró el testimonio de don Manuel Marañón, un vecino que intervino con singular determinación.

Finalizada la guerra, la familia se vio sumida en una grave crisis económica, pues a las dificultades propias del momento se sumó que el padre no quisiera integrarse como médico del Seguro de enfermedad. Cuando aún no habían transcurrido dos años desde la conclusión del conflicto civil, la familia debió abandonar la casa de Marqués de Paradas y se trasladó a otra más modesta situada en el número 11 de la calle Zaragoza. El nuevo propietario del edificio de Marqués de Paradas lo enajenaría poco tiempo después, y en una de las tantas decisiones urbanísticas inexplicables que se adoptaron en aquellos años sería demolido para construir en su lugar un ambulatorio de la Seguridad Social, que todavía existe hoy.

 

 

2. – Formación

 

José Luis Murga, al igual que su hermano Leopoldo, estudió en el colegio de los jesuitas de la calle Pajaritos, que sería trasladado después a la plaza de Villasís, sedes ambas anteriores a la actual de la avenida de Eduardo Dato. Era muy buen estudiante, aunque le costaban las matemáticas; el latín lo aprendió con don Jenaro Marcos y con el padre González. Las asignaturas por las que sentía mayor atracción eran la historia, la literatura y la filosofía. Terminada la enseñanza media en 1944, inició los estudios universitarios en la Facultad de derecho de la Universidad de Sevilla, donde se licenciaría en junio de 1949. Durante los veranos de 1946 y 1947 comenzó el servicio militar, dentro de las milicias universitarias, en Montejaque, junto a Ronda (Málaga), mientras que las prácticas como alférez las hizo en la segunda mitad del año 1949 en Figueras (Gerona), justo al concluir la licenciatura. Ese mismo año, antes de reincorporarse al servicio militar como oficial de complemento, solicitó su admisión en el Opus Dei como socio numerario, institución que, al igual que sucedería en otros muchos casos paralelos hasta 1973, había conocido en la Universidad de verano de Santa María de La Rábida (Huelva), regida por Vicente Rodríguez Casado. Pese a las dificultades por las que atravesó en distintos momentos de su vida, en dicha institución permanecería hasta la muerte.

 

 

3. – Docencia universitaria en Valladolid, Pamplona y Oviedo (1950- 1965).

 

La docencia universitaria la inició José Luis Murga en Valladolid, en 1950, aunque no lo hizo en derecho romano, sino en derecho civil, con don Ignacio Serrano, del que guardó siempre un recuerdo excelente. En esa Universidad estuvo, sin embargo, muy poco tiempo, pues a comienzos de 1952 recibió el encargo, junto a un pequeño número de personas, de poner en funcionamiento la Universidad de Navarra. Debido a las dificultades para encontrar un profesor de derecho romano, Murga aceptó hacerse cargo de la docencia de esa disciplina, lo que en aquel momento resultaba menos raro de lo que podría parecer hoy por la conexión entonces existente entre las asignaturas derecho romano y derecho civil. El 21 de mayo de 1954 leyó en la Universidad de Madrid la tesis doctoral en derecho civil sobre El arrendamiento rústico en la transmisión «mortis causa», si bien no sería publicada hasta 1962. Su estancia universitaria en Pamplona se prolongó ocho cursos académicos completos, justo hasta que se hizo cargo de la cátedra de derecho romano Alvaro d'Ors.

 

José Luis Murga en los primeros años universitarios La fotografía es de 1945 ó 1946.

 

Aunque Murga se encargara durante ese período de la docencia de derecho romano y leyera entonces multitud de obras romanísticas de todo tipo, ni en esos años de Pamplona, ni tampoco en los sucesivos de Oviedo (1960-1965), publicó ningún trabajo de derecho romano. Ello obedecía, por un lado, a que buena parte de su tiempo lo ocupaban las tareas de dirección en la institución a la que pertenecía, y, por otro, a que durante esos años estudió además con profundidad filosofía y teología, materia ésta a la que —en unas circunstancias históricas más que interesantes— estuvo a punto de dedicarse profesionalmente y desde una perspectiva bien alejada de la escolástica y el tomismo (o neotomismo), tan en boga todavía en muchos ambientes españoles de entonces. De todos modos, la larga etapa de José Luis Murga en Pamplona y en Oviedo, que cubre un período capital de la vida de cualquier persona como es el que media entre los veinticinco y los treinta y ocho años de edad, estaba como ausente en sus conversaciones posteriores, como si una cerca imaginaria vedara el acceso a aquel periplo vital, lo que no se producía respecto a los años anteriores o posteriores.

 

 

4. – El período de Santiago de Compostela (1965-1971).

 

Desechado el ámbito teológico como ocupación profesional y dada por concluida su actividad de dirección interna en la institución a la que pertenecía (durante los decenios posteriores ni siquiera viviría en centros de la misma reservados exclusivamente a los socios numerarios, pues preferiría hacerlo en Colegios Mayores abiertos o en la casa materna hispalense), comienza propiamente la trayectoria romanística de José Luis Murga, que sería tan intensa como breve en el tiempo, pues en términos reales apenas si se prolongaría veinticinco años.

 

4.1. – El inicio de la trayectoria científica de José Luis Murga debe situarse, pues, en 1965, cuando se traslada como profesor adjunto de derecho romano a la Universidad de Santiago. Allí vieron la luz sus primeras publicaciones, que ponían de manifiesto tanto la profunda formación acumulada a lo largo de muchos años de estudio en ámbitos muy variados (jurídico, histórico, filosófico, teológico, sociológico), como un distanciamiento metodológico y temático de los habituales en la romanística española de entonces. Vistos ya con una cierta perspectiva, se entiende bien que aquellos estudios resultaran tan llamativos y que pudieran ser incomprendidos por buena parte de los romanistas españoles de entonces, tan a menudo afanados en la exégesis formal de los textos jurídicos, como si éstos fuesen ajenos al ámbito social, político, económico o moral en que nacieron, y como si esos factores poco o nada tuvieran que ver con la formación y el desarrollo del derecho. Esa incomprensión, naturalmente, no se produjo en el ámbito romanístico extranjero, en particular en el italiano y en el de habla francesa. Aquellos primeros trabajos de Murga giran todos en torno a los negocios en bien del alma, a través de los cuales los hombres de los siglos IV a VI d.C. trataban de asegurar su suerte futura, y se concentran en un grueso libro que ocupa un lugar central en su producción científica: Donaciones y testamentos «in bonum animae» en el derecho romano tardío (Pamplona, 1968). Por ser muy significativos y tener, en cierto modo, carácter programático, transcribo a continuación los tres párrafos iniciales del volumen:

 

«El campo jurídico es, como todos los fondos culturales del hombre, una caja receptora de sus preocupaciones, de su inquietud. Cada época en la historia de la cultura va coordinándose con una serie de elementos que se superponen dando paso a resultantes en las que intervienen fuerzas muy diversas, expresiones humanas cambiantes pero en las que subyace muchas veces una constante racional, psicológica – el Hombreque permanece más o menos idéntico trascendiendo las fronteras de los siglos, los cambios ideológicos, los trasvases de cultura, etc.

Es el derecho un campo más, paralelo a muchos otros: el arte, la poesía, la obra literaria dramática en la que el hombre antiguo expresa muchas veces inconscientemente su inquietud. Un campo más. Tal vez no sea el más rico en expresividad, pero lo que pierde en fuerza expresiva lo gana sin duda en permanencia y estabilidad. Es nuestro intento tratar de examinar una de las inquietudes más antiguas del hombre, una de las preocupaciones que más pueden turbar su espíritu: la inquietud del más allá, su suerte feliz o desgraciada al otro lado de la muerte. Por fuerza, una inquietud tan seria, tan constante y tan generalizada en la sociedad ha de marcar un marchamo en lo jurídico, como lo marca también en otras expresiones de la cultura.

Para ceñirnos a un campo más concreto vamos a examinar el bonum animae en el derecho romano tardío. No podemos partir, desgraciadamente, del siglo IV en adelante. La legislación cristiana y en general toda la cultura del Bajo Imperio recoge toda la tradición pagana, y de la misma manera que se puede construir una basílica cristiana con la piedra noble y labrada de los templos paganos, así esa sociedad repentinamente cristianizada utilizará las propias fuentes jurídicas clásicas; entre tanto la legislación imperial va produciendo, a través de retoques concretos, nuevas posibilidades de expresión, abriendo nuevas vías a esa inquietud del hombre por su propio espíritu.»

 

En ese trabajo Murga estudia el derecho como respuesta a una preocupación humana ancestral cual es la propia suerte ultraterrena, y lo hace teniendo en cuenta el contexto histórico, social, político, religioso y económico, pero sin que el análisis jurídico quede nunca diluido, lo que dota a la obra de una sorprendente fuerza, vitalidad y profundidad. Esa sería una constante en sus estudios posteriores, en muchos de los cuales se plasmaría también, al igual que ya sucedía en sus escritos primeros, su compasión por la condición humana: desde los relativos al fenómeno de la subversión de la juventud en la antigüedad, pasando por la inoperante legislación prohibitoria del desaliño-protesta que representaba la moda bárbara en los atormentados siglos bajoimperiales, hasta la alucinante suerte de los corporati en ese mismo período histórico. También queda claro ya en sus primeros trabajos que Murga no era un hombre de sistema, sino de principios. Por lo demás, dada la amplitud temática de aquella obra primera, en ella están ya como preanunciados muchos de sus trabajos posteriores, que unas veces realizaría él y otras discípulos suyos.

 

4.2. – A la par que concluía esa serie de trabajos sobre el bonum animae se producía la rápida promoción universitaria de don José Luis, pues en 1969 logró en virtud de concurso-oposición la condición de profesor agregado, equiparada de hecho a la de catedrático, ante un tribunal presidido por Ursicino Álvarez Suárez[3]. En esa fase contó con el apoyo principal del entonces catedrático de derecho romano de la Universidad de Santiago, Manuel García Garrido, hombre de la misma edad que Murga (apenas los separaban unos meses) pero muy distinto a él, que gozaba de fuerza en el plano universitario y político de aquella época.

 

4.3. – Una vez obtenida la condición de agregado, todavía publicaría algunos trabajos que servirían de cierre a su estancia compostelana; de ellos cabe destacar el libro La venta de las «res divini iuris» en el derecho romano tardío (Santiago, 1971) y los artículos Conceptos romanos básicos para el moderno derecho administrativo, en Romanitas 9 (1970) y Posibles bases mitológicas de la magistratura binaria romana, en Estudios clásicos 65 (1972), éste una verdadera delicia, que muy posiblemente debió concluirlo ya en Zaragoza.

 

4.4. – La referencia a los años de José Luis Murga en Santiago quedaría incompleta sin incluir una mención a tres personas. Dos de ellas fueron alumnos suyos: Ángel Gómez-Iglesias, alumno del curso 1970-1971, que sería romanista aunque ya no podría formarse con don José Luis debido a su traslado universitario, y Lutgarda García-Boente, alumna de su primera promoción en Santiago, con la que mantendría desde entonces una cordialísima relación. Esta contraería matrimonio años más tarde con Alejandrino Fernández Barreiro, que inicialmente no fue discípulo de Murga, pero al que sí debería luego contársele como tal, según ambos llegarían a reconocer. En efecto, Fernández Barreiro estudió el último año de la licenciatura el mismo curso académico en que don José Luis se incorporaba como docente a la Universidad de Santiago, y aunque tuvieron ocasión de conocerse sólo existió entonces entre ellos un trato superficial. Sin embargo, después de realizar aquél su tesis doctoral con d'Ors en Pamplona, y tras dos estancias de formación en Roma y París con Pugliese y Gaudemet, regresó a Santiago de Compostela, donde todavía pudo coincidir durante un curso académico completo con José Luis Murga, al que incluso solía acompañar como oyente a sus clases; fue entonces cuando nació entre ellos una relación científica y personal que el tiempo no haría sino consolidar. En todo caso, la relación que José Luis Murga tuvo con Alejandrino Fernández Barreiro fue distinta de la que tendría con sus discípulos posteriores, pues a él lo veía como a un igual, lo que se manifestaba incluso en el trato externo: éste le trataba de tú, algo que no haríamos nunca los demás.

 

 

5. – Los años de zaragoza (1971-1982). Murga como docente

 

Cuando acababa de cumplir los cuarenta y cuatro años, en septiembre de 1971, José Luis Murga se incorporó como catedrático de derecho romano a la Universidad de Zaragoza, en la que permaneció once cursos académicos completos, hasta septiembre de 1982. Se trata, además, en el caso de quien esto escribe, del período que mejor pudo conocer de modo directo[4].

La etapa de Murga en la Universidad de Zaragoza coincidió con unos años espléndidos de su Facultad de derecho, que contaba con un claustro de profesores magnífico, y donde el nivel de exigencia era muy alto, tanto que quizá sería inconcebible para los alumnos de licenciatura actuales. Son multitud los juristas excelentes que se formaron entonces en aquellas aulas. En las palabras que Murga pronunció, en junio de 1982, en el almuerzo de despedida que le fue ofrecido por los profesores de la Facultad de derecho en el restaurante del Hotel Goya de la capital aragonesa, dijo que él quedaría como catedrático de la Universidad de Zaragoza, pues en ella había pasado el período central y más importante de su vida universitaria. Supongo que su percepción no sería muy distinta de la que teníamos los demás, pero, en cualquier caso, es evidente que ninguno de los allí presentes podíamos imaginar que aquella frase, pronunciada por alguien que sólo contaba cincuenta y cinco años y que no se encontraba afectado por ningún problema físico, respondería exactamente a la realidad. En todos los sentidos, el período zaragozano fue el más importante en la trayectoria profesional de José Luis Murga.

 

5.1. – Desde el punto de vista de las publicaciones, a esos años corresponden sus obras más conocidas y apreciadas, que las produjo a gran velocidad, una tras otra. Entre ellas destacan – además del referido ensayo sobre las posibles bases mitológicas de la magistratura binaria romana – los espléndidos estudios sobre la moda bajoimperial: La moda bárbara en la decadencia romana del siglo IV (Pamplona, 1973) o Tres leyes de Honorio sobre el modo de vestir los romanos, en SDHI. 39 (1973), que tantas concomitancias ofrecían con la situación socio-política del momento en que los redactaba; los trabajos sobre materia urbanística: Protección a la estética en la legislación urbanística del alto Imperio (Sevilla, 1976), Sobre una nueva calificación del «aedificium» por obra de la legislación urbanística imperial, en Iura 26 (1975), Delito e infracción urbanística en las constituciones bajo-imperiales, en RIDA 26 (1979) o Una constitución de Mayoriano en defensa del patrimonio artístico de Roma, en AHDE. 50 (1980); sobre el officium: Un original concepto de «officium» en Séneca (Epist. 1O2.6), en AHDE. 48 (1978); sobre situaciones personales próximas a la esclavitud: Una extraña aplicación del senadoconsulto Claudiano en el Código de Teodosio, en Studi Sanfilippo 1 (Milano, 1982) o Los «corporati obnoxii» una esclavitud legal, en Studi Biscardi 4 (Torino, 1983 ); o sobre cuestiones procesales relativas a nuevos descubrimientos epigráficos, como El «iudicium cum addictione» del bronce de Contrebia, en Cuadernos Jerónimo Zurita 43-44 (Zaragoza, 1982). A los años de Zaragoza pertenece asimismo la única obra de carácter docente que Murga publicaría, centrada en el proceso civil romano: Derecho romano clásico II: El proceso (Zaragoza, 1980; con varias reimpresiones); ese volumen nacería de unos apuntes de clase que luego él corrigió en dos lecturas sucesivas y completó con notas, lo que marca también los límites del libro.

El proceso es un libro nominalmente editado por la Universidad de Zaragoza, pero su verdadera editora no es otra que la mítica librería Pórtico, dirigida por José Alcrudo, pues Murga, en dos muy sopesadas decisiones que adoptó de modo simultáneo y en las que nada o muy poco tuvo que ver la cuestión crematística (el dinero era en su vida un factor irrelevante), quiso, entre las varias posibilidades que se le ofrecían, que Rebeldes a la República —libro al que me referiré de inmediato— se publicara en Ariel-Seix y Barral, mientras que su manual de derecho procesal civil prefirió que lo editara su amigo Pepe Alcrudo. Era éste uno de los hombres clave en el ámbito cultural aragonés de entonces, que desde su librería de culto había ya impulsado, siendo muy joven, a comienzos de la segunda mitad de los años cuarenta, el Grupo Pórtico, que debe ser considerado como el primer grupo relevante en el ámbito artístico español de vanguardia de la posguerra, anterior tanto a la formación en Barcelona de Dau al Set, como, por supuesto, al nacimiento en Madrid del grupo El Paso.

Sin embargo, la obra más conocida de ese período es el ensayo histórico-jurídico Rebeldes a la República, que elaboró en los años iniciales de su estancia en Zaragoza[5] aunque su publicación se retrasara hasta 1979. Se trata, junto al volumen Donaciones y testamentos «in bonum animae», ya referido, de su libro más importante, y sería, de largo, el que más problemas le causaría. Pero la publicación de Rebeldes a la República merece una referencia aparte.

 

5.2. –[6] De entre todas sus publicaciones, José Luis Murga siempre tuvo predilección por Rebeldes a la República, incluso antes de que viera la luz pública. La primera vez que tengo conciencia de haberle oído hablar de un libro sobre la rebeldía de la juventud en la antigüedad, pero contemplada como algo común a las distintas épocas históricas, fue en el verano de 1973 en la Universidad de La Rábida, y hablaba de él, entonces y en los años sucesivos, como de una travesura, como si presumiera la polémica que su publicación podía desatar en ciertos ambientes: «otros por menos sufrieron mazmorras», solía murmurar. Por eso dejó transcurrir algunos años antes de entregarlo para su publicación. Lo hizo en la primavera de 1979, en un contexto sociopolítico significativamente distinto de aquél en el que lo había escrito.

El libro apareció en el número 143 de Ariel Quincenal, en los primeros días de junio de 1979, bajo el título (sin discusión acertado, pero que siempre me pareció intencionadamente desorientador[7]), de Rebeldes a la República; la portada presentaba en primer plano el dibujo del apresamiento de un joven rebelde antiguo, mientras que en fondo rojo se reproducía la fotografía difuminada de una manifestación de protesta procedente no sé si del mayo francés de 1968 o de los años del tardofranquismo. La tirada fue amplísima, y más si se compara con la que suele ser habitual en ensayos que toman por base la antigüedad. Desde el primer momento el volumen no pasó inadvertido, y nada más aparecer, como si los hechos quisieran dar la razón a los temores previos de su autor, se desató sobre el libro y sobre Murga una ola de incomprensión procedente de ciertos ámbitos intolerantes que pretendían, ¿cómo lo diré?, adjudicarse una exclusiva de la ortodoxia. En detalles de la misma prefiero – al igual que ya hice en una ocasión anterior – no entrar aquí, pero que dejó huella en Murga es incuestionable, como lo demuestra el que, con suma discreción, en el más puro de sus estilos, todavía se permitiera aludir públicamente de pasada a ella quince años después, al hacérsele entrega del volumen-homenaje que se le dedicó.

Ante aquella soterrada campaña, que a mí me resultaba incomprensible, mayormente porque nada tenía que ver con una discusión leal e inteligente sobre las tesis del libro, tomé la iniciativa de escribir para la prensa un breve artículo donde trataba de centrar el contenido de la obra, y digo trataba porque la tarea de reducir a síntesis un ensayo de esa naturaleza no es sencilla por el riesgo de caer en lo trivial. Por aquel entonces yo desconocía por completo el ámbito periodístico de Madrid, pero en cambio sí tenía algún conocimiento del de Barcelona, ciudad en la que había vivido, y de ahí que entregara el artículo al periódico que, a mi entender, sin duda alguna lo publicaría: Mundo Diario; en ello no me equivoqué, pues fue publicado, y con sorprendente rapidez, el último domingo del mes de julio. El artículo produjo un efecto exactamente contrario al pretendido, a lo que no era ajeno ni el lugar elegido para la publicación – por lo que Mundo Diario representaba en la Cataluña de aquellos años – ni la poco acertada fotografía que los editores escogieron para colocar al frente del artículo.

El enrarecido ambiente creado en torno al libro y a su autor prosiguió en los meses sucesivos, hasta que un acontecimiento por completo inesperado iba si no a modificar la opinión de muchos (pues es imposible convencer a quien no está dispuesto a ser convencido), sí a desactivar en buena medida su actuación contra aquel libro a su entender tan «peligroso». En efecto, el 1 de noviembre, día festivo por tanto, las dos páginas centrales del diario ABC sobre literatura (que entonces figuraban en el centro del periódico) se dedicaron a Rebeldes a la República, y la extensísima crítica, firmada por un conocido escritor e historiador (creo recordar que apenas unos días antes de ser nombrado ministro) que expresamente declaraba no conocer a José Luis Murga, comenzaba y terminaba así: «Es uno de los libros más originales de los últimos años, una bocanada de aire fresco en medio del anquilosado debate cultural de la sociedad española».(...) «El lector se sentirá irremediablemente atraído a embeberse en la adivinación magistral del profesor Murga, a quien debemos un esfuerzo y un logro auténticamente creadores, en medio de las mediocridades conformistas que hoy jalonan nuestra producción literaria. (...) Cuando en nuestro páramo intelectual y cultural surge un poderoso esfuerzo como el de este libro nacido de un profesor que es, a la vez, un notabilísimo jurista y un sorprendente humanista, el resultado puede ser, como ustedes han comprobado ya, un manantial de esperanza después del goce profundo de una lectura excepcional». He escogido esas palabras iniciales y finales por ser significativas, pero todo el amplio comentario, montado entreverando citas textuales del libro, tenía un tono similar y contribuyó no sólo a que aquel pequeño volumen, de un centenar y medio de páginas, tuviera gran difusión, sino a paralizar determinados comportamientos que contemplados con el paso del tiempo mueven poco más que a la lástima.

La relectura actual del libro, tantos años después de su publicación, pone de manifiesto que el paso del tiempo lejos de perjudicarle no ha hecho sino evidenciar su calidad intrínseca y su belleza estética. Hoy, cuando el fenómeno de la contestación juvenil vuelve a presentar unas manifestaciones que se asemejan externamente a las violentas de hace treinta o treinta y cinco años, en medio de un clima de hastío y desesperanza no muy distinto al de entonces aunque sus causas sean en buena medida diferentes, la lectura de este libro sobre los cauces a través de los cuales discurrió la rebeldía (o parte de la rebeldía) de la juventud antigua resulta tan apasionante e iluminador como podía serlo años atrás. A ello contribuye la forma en que está concebido y redactado, partiendo de la convicción de la sustancial identidad del hombre a lo largo de los siglos y dejando al lector amplio campo para las comparaciones y deducciones personales.

 

5.3. – De sus alumnos de Zaragoza, quien esto escribe, que estudió el derecho romano con don José Luis durante el curso académico 1972-73, fue el primero que se integró en el Departamento de derecho romano y realizó bajo su dirección la tesis doctoral, concluida en 1980 y leída en 1981. Ignacio Cremades había sido alumno suyo de la promoción anterior, la primera de Murga en Zaragoza, pero su decisión de dedicarse al derecho romano y su incorporación al Departamento fue posterior, lo que explica también que leyera la tesis doctoral a comienzos de 1983, cuando José Luis Murga se había trasladado ya a Sevilla. Aunque las personalidades de Murga, de Cremades y la mía eran, son, muy distintas, entre nosotros existían notables coincidencias de fondo, mayores, por supuesto, que la común timidez, acaso procedente (como de sí mismo decía Ortega) de la formación recibida con los jesuitas. Al margen, otras personas mayores que nosotros dos, que no habían estudiado el derecho romano con don José Luis, colaboraban con él en el Departamento desde antes; de ellas Murga tuvo siempre buena sintonía personal con Juan Freixas, que defendería la tesis en 1982. Igualmente había leído la tesis doctoral bajo su dirección, en 1980, Enrique Lozano, pero la relación entre ambos nunca fue fácil antes de que la vorágine del tiempo la diluyese por completo.

 

5.4. – El profesor Murga que sucesivas promociones de alumnos conocían en la Universidad de Zaragoza – e introduzco así la referencia a Murga como docente, que fue siempre su faceta principal – tenía una gracia expositiva cautivadora, y manifestaba un entusiasmo por la enseñanza como no he vuelto a conocer en nadie. Se trata de una de las vocaciones docentes más nítidas, acaso la mayor, que la vida me ha puesto delante.

Para cualquier alumno que comenzase con diecisiete o incluso con dieciséis años, como era entonces posible, los estudios universitarios, y que tuviera alguna inquietud intelectual, las dos primeras semanas de clase con Murga resultaban impagables. En ellas, bajo la excusa de fomentar la toma de apuntes, nos encandilaba con una fascinante explicación de las distintas interpretaciones de la Historia: desde los griegos a Toynbee, pasando por Polibio, por san Agustín, por Vico, por Burckardt, por Spengler. Nunca se permitía, sin embargo, aludir en público a la interpretación que más le subyugaba y a la que tantas veces se referiría luego en privado: la de las tres edades de Joaquin de Fiore, en la última de las cuales, a su entender, nos estaríamos adentrando. Luego explicaba con calma, hasta finalizar el primer trimestre, la historia jurídica romana, para ocuparse a continuación de las acciones procesales, cuya perspectiva marcaba toda la visión de la asignatura. La unidad estructural romana entre el derecho material y el procesal era algo que cualquier alumno de José Luis Murga tenía pronto grabada en su mente. Por lo demás, sus clases estaban muy lejos de reproducir lo que los alumnos podían encontrar en los manuales, y procuraba, siempre que resultaba posible, conectar lo explicado con los problemas del presente.

Esa imagen imborrable del profesor excepcional me parece que puede ser referida por cualquier alumno que haya conocido al Murga de sus años de plenitud, pues no es fácil encontrar a alguien que sea capaz de expresarse con el rigor, la belleza, la gracia y la espontaneidad con que él lo hacía y siempre, compaginado además con una preocupación personal por cada uno de sus alumnos. En cambio, más discutible resultaba su régimen de exámenes de evaluación continuada, tan inolvidable para sus alumnos como para los colegas de otras disciplinas que debían compartir la docencia con él; a pesar de las indicaciones recibidas, tanto en el plano oficial como en el personal, nunca aceptó modificarlo.

 

5.5. – Durante los años de Zaragoza, la vida de José Luis Murga transcurría alejada del ambiente romanístico español oficial, al que juzgaba, incluso cuando, más tarde, los acontecimientos se desbocaron, con la ironía que prefiere no hurgar en la herida («algo huele a podrido en Dinamarca», como en Hamlet). Rara vez intervino entonces en tribunales de tesis doctorales leídas en otras Universidades. Si no recuerdo mal, la primera, y quizá la única ocasión en que lo hizo en los años setenta fue un día (creo que el ocho) de febrero de 1974 y para cubrir una ausencia que se había producido en la mañana de aquel mismo día en el tribunal que debía juzgar la tesis doctoral de Alejandro Guzmán. Nos hizo llamar a la salida de clase a Antonio Laquidain, a Pedro Antonio Martínez Vargas-Machuca y a mí, que estudiábamos entonces segundo curso de la licenciatura, para que, apenas sin tiempo para comer, le acompañáramos en su vigoroso utilitario azul hasta Pamplona. Tras la lectura vespertina de la tesis, nos invitó a los tres a una cena en verdad inolvidable. Todo un detalle y todo un síntoma. Recuerdo también, pero ya en los primeros años ochenta, que habiendo sido nombrado miembro de un tribunal de doctorado, la tesis que debía juzgar la desaprobaba de tal manera que optó por fingir una enfermedad la tarde anterior para no desplazarse a la capital. Este modo de proceder es manifestación de una cierta debilidad de carácter, que le inducía, cuando resultaba posible, a eludir los problemas antes que a hacerles frente.

 

5.6. – La estancia de Murga en Zaragoza coincidió también con el momento de cambio político más importante de la reciente historia española. No se le hubiera pasado por la cabeza adentrarse en el proceloso mar de la política, para el que ni estaba dotado ni sentía atracción, de no ser por la insistencia de José Luis Lacruz Berdejo, gran amigo suyo y uno de los mayores iusprivatistas españoles del siglo pasado. En el inmenso puzzle de partidos que concurrieron a las elecciones legislativas de 1977 figuraba la Democracia Cristiana aragonesa, liderada por Lacruz, que nada tenía que ver con la nacional de Ruiz-Giménez. Las convicciones políticas de Lacruz y Murga eran muy parejas, pero a ambos les diferenciaba la ambición, inexistente en el segundo. Pese a todo, Murga aceptó, en principio, la propuesta de Lacruz de figurar como candidato por la provincia de Zaragoza y en un puesto muy destacado. Otros colegas suyos de la Facultad de derecho se integraron en opciones políticas con un futuro más prometedor. Así, Ángel Cristóbal Montes, civilista pero que había entrado en la Facultad, a su regreso de Venezuela, para enseñar (inicialmente) derecho romano con el beneplácito de José Luis Murga, encabezaría la candidatura del PSOE al Congreso, y Lorenzo Martín-Retortillo, administrativista, concurría como independiente al Senado por la lista común de la izquierda. Ambos obtendrían escaño. No sé qué fue exactamente lo sucedido uno o dos meses antes de la presentación de las candidaturas, pero el caso es que Murga renunció a presentar la suya, vaticinando el seguro fracaso de la formación democristiana aragonesa. Si no me falla la memoria, la Democracia Cristiana de Lacruz y la de Ruiz-Giménez anduvieron en torno a los seis mil o siete mil votos cada una: la diferencia entre ellas la recuerdo de foto-finish, y, naturalmente, ambas más que lejos de obtener representación parlamentaria.

 

5.7. – Desde finales de 1980 la situación de Murga en Zaragoza se fue tornando más y más incómoda, tanto por motivos universitarios como por otros ajenos a ese ámbito. El panorama político nacional devenía también cada vez más incierto. Un cúmulo de razones le indujeron, pues, a promover y a acelerar, a través de personas relevantes y muy concretas (entre las que se contaba el recientemente fallecido Javier Tusell), que nada tenían que ver con el derecho romano y tampoco con la institución a la que él pertenecía, su traslado a la Universidad de Sevilla.

 

 

6. – Última etapa en Sevilla (1982-2005)

 

A comienzos del curso académico 1982-83 José Luis Murga regresaba a su ciudad natal, con el firme propósito de permanecer en ella hasta el final de sus días. Esa decisión ni siquiera la reconsideraría seriamente pocos años después cuando se le hicieron llegar dos ofertas muy concretas, que al menos en el plano teórico y desde una perspectiva profesional le hubieran podido resultar interesantes: sustituir a Álvaro d'Ors en la Universidad de Navarra cuando éste alcanzó la edad de jubilación, y ocupar la cátedra de la Universidad Complutense de Madrid que quedó vacante como consecuencia del fallecimiento de Juan Antonio Arias Bonet.

 

6.1. – Para aludir a las publicaciones de José Luis Murga en los años de Sevilla, se hace imprescindible diferenciar dos períodos, que vienen a coincidir también con dos épocas en su vida personal, antes de que en 1995/96 la enfermedad que lo había atrapado interfiriera definitivamente en su actividad de tipo intelectual.

Los primeros años tras su retorno a Sevilla fueron para Murga de relativa serenidad, los últimos de sosiego que le depararía la vida. Vivía con su madre en la calle María Auxiliadora, tenía tranquilidad en el ámbito académico hispalense y gozaba de general reconocimiento en el campo romanístico español y fuera de él. Sus publicaciones de entonces se mantuvieron más o menos en la línea de las de los años de Zaragoza, aunque la cantidad tendiera a disminuir y no lograra títulos de tanto impacto como el alcanzado por algunos de los editados durante los años aragoneses. Las nuevas publicaciones pertenecen casi todas al ámbito procesal, y buena parte de ellas están relacionadas directa o indirectamente con el descubrimiento, entonces reciente, en las proximidades de Sevilla, de la ley Irnitana. Los principales escritos de esos años son: La «aestimatio litis» y el «pretium rei», en Sodalitas Guarino VI (Napoli, 1984)[8]; Las acciones populares en el municipio de Irni, en BIDR. 88 (1985); Posible significación del trinomio «actio, petitio, persecutio» en las leyes municipales romanas, en Estudios d'Ors (Pamplona, 1987); La «perclusio locatoris» como «vis privata legitima», en RIDA. 34 (1987); Las acciones populares en la «lex Coloniae Genetivae Iuliae», en SCDR. 1 (1989); Las ganancias ilícitas del magistrado municipal a tenor del c. 48 de la «lex Irnitana», en BIDR. 92-93 (1989-90); y El delito de «ambitus» y su posible reflejo en las leyes de la Bética, en SCDR. 3 (1991)[9].

El año 1991 supuso el cierre real de la actividad investigadora de José Luis Murga, pues aunque sea cierto que durante los años posteriores todavía publicaría algunos artículos y seguiría interviniendo en congresos y otras reuniones científicas nacionales e internacionales, en ningún caso se producirían ya aportaciones nuevas, sino tan sólo variaciones sobre distintos aspectos tratados en publicaciones anteriores. Pero ese cierre de la investigación romanística de Murga, cuando todavía no había cumplido los sesenta y cinco años de edad, resulta inescindible de su situación personal.

 

6.2. – En efecto. Los años que median entre 1988 (cuando comenzó a hablar, incluso en público, de que «el sol le daba ya por la espalda») y 1992 fueron claves y dolorosos para don José Luis, tanto en su vertiente estrictamente personal como en la universitaria, a lo que no fueron ajenos ni la enfermedad y fallecimiento de su madre, ni las dificultades surgidas en su vida privada, ni la ausencia de entendimiento con el colega al que en 1988 había elegido para ocupar la otra cátedra de derecho romano de la Universidad hispalense, ni la catarata de problemas generados en torno a concursos universitarios romanísticos, ámbito éste donde tan a menudo la ficción palidece ante la realidad. Cuando hace un par de años, estando Murga todavía vivo, se me encargó una semblanza suya relativa a la época de Zaragoza, aludí de pasada a sus años en Sevilla posteriores a 1988 para señalar que en ellos don José Luis me recordaba la imagen del perro semihundido de Goya, obra que es en absoluto una de las más angustiosas y conmovedoras generadas por el arte español en toda su historia. Esos años, en los que Murga tomó conciencia real de cuáles iban a ser los límites de su vida personal y de su vida universitaria, se cuentan entre los más sombríos de su existencia. La incómoda situación, en un hombre muy sensible y cuyo carácter no destacaba precisamente por la fortaleza y la combatividad, provocó, entre otras consecuencias negativas, una metamorfosis en su obra con paulatino abandono de la investigación romanística: y no deja de ser lamentable que circunstancias externas impidieran que los años de la séptima década de su vida coincidiesen, como hubiera sido natural en una evolución ordinaria de los acontecimientos, con sus trabajos romanísticos de mayor madurez. Lo sucedido fue algo por completo distinto, pues a medida que las dificultades externas arreciaban y su salud comenzaba a resquebrajarse, se distanció de la investigación romanística para refugiarse, en el atardecer de su vida, en aficiones personales que se remontaban a la infancia y le habían acompañado siempre. Surgieron así, a la par de sus cada vez más frecuentes intervenciones públicas en el seno de las hermandades rocieras o de las cofradías sevillanas, libros de muy difícil catalogación, como son: Rocío: un camino de canciones (Sevilla, 1991; 4ª ed. 1995), Cofradías de Sevilla: un camino de esplendores (Sevilla, 1994) o Pilatos llora en Sevilla (Sevilla, 1995)[10], obras todas de gran éxito editorial, con varias ediciones y reimpresiones. Esos libros personalísimos sobre la espiritualidad rociera o de la Semana Santa sevillana, con omnipresencia de la belleza, el amor y la muerte, ponen de manifiesto, al igual que algunas de sus publicaciones jurídicas anteriores, su profunda religiosidad y su condición de «cristiano platónico», como a él le gustaba definirse.

 

6.3. – Cuando José Luis Murga se integró como catedrático de la Universidad de Sevilla, en octubre 1982, comenzó a trabajar bajo su dirección Carmen Velasco (actual Decana de la Facultad de Derecho de la Universidad Pablo de Olavide), que ya había defendido entonces su tesina en Historia del arte y que realizaría con Murga la tesis doctoral romanística, leída en septiembre de 1984. Carmen Velasco fue, así, el primero de los discípulos de José Luis Murga en Sevilla y el único de todos los que tuvo que sería mujer. El segundo fue José María Ribas Alba, que se incorporaría a trabajar con él en 1986 y que leyó su tesis doctoral en junio de 1990; por carácter quizá quepa considerar a Ribas como el más parecido a don José Luis de cuantos se formaron junto a él en el ámbito romanístico. Posteriores en el tiempo fueron Alfonso Castro y Bernardo Periñán, que leerían sus tesis doctorales respectivamente en 1996 y 1997, mientras que la defensa de la tesis de Martín Serrano se pospondría hasta 2003, cuando la enfermedad que Murga padecía le había incapacitado ya por completo para cualquier actividad intelectual. Martín Serrano fue también quien más próximo estuvo a don José Luis y quien más le ayudó en los últimos años de su vida.

 

6.4. – Aunque el número total de sus discípulos llegara a ser muy significativo, y aunque a él la calificación de maestro le conviniera en el sentido más pleno del término, no por eso se puede hablar con propiedad de una escuela de José Luis Murga, que ni él pretendió nunca crear ni los que nos formamos en su entorno la hemos sentido como real. Quienes a lo largo de los años nos formamos junto a don José Luis fuimos un grupo heterogéneo de personas que, salvo en algún caso particular, teníamos pocas notas en común: tanto en lo personal, como en lo ideológico, como en los intereses; esa diversidad puede que incluso fuese buscada por él de propósito, pero, en cualquier caso, se sentía muy gustoso de su existencia. Por lo demás, nunca nos propuso un objetivo común o la adhesión a una concreta doctrina jurídica, como tampoco existió ninguna reunión ni conversación programática, e incluso en el ámbito metodológico cada uno gozaba de la mayor libertad. Lo que sí existía en común era que todos le reconocíamos su autoridad y lo teníamos a él como referente.

No es contradictorio con lo anterior el que a don José Luis le costase un mundo ocuparse de la formación inicial de los investigadores. Mientras disfrutaba con las clases magistrales y le resultaban estimulantes las discusiones sobre problemas textuales o sobre cuestiones más generales, que incluso él mismo solía suscitar y tampoco le importaba que se le interrumpiera en su trabajo con ellas, carecía de paciencia, en cambio, para el adiestramiento en las «primeras armas», que cada uno debía procurarse en buena medida por su cuenta, como él mismo había hecho.

 

6.5. – Murga fue uno de los últimos profesores universitarios españoles que se vieron afectados, en 1992, por el adelanto legal de la jubilación a los sesenta y cinco años de edad, sin poder acogerse a una normativa posterior que permitió a los docentes universitarios que hubieran nacido a partir del 1 de octubre de 1927 optar por jubilarse al concluir el curso académico en el que cumplieran los setenta años. Su última lección, que versó sobre la corrupción electoral en la Roma antigua, la pronunció en la Facultad de derecho de la Universidad de Sevilla, en mayo de 1992; sería también una de las últimas lecciones de ese tipo que se pronunciarían en dicha Facultad, pues, sorprendentemente, se interrumpió luego en ella esa tradición. Al concluir el curso académico 1991-92, José Luis Murga fue nombrado Profesor emérito.

El 11 de noviembre de 1994, en un acto presidido por el entonces Presidente del Tribunal Constitucional español, Miguel Rodríguez-Piñero, y por el ex-Presidente del Senado, Antonio Fontán, se le hizo entrega en Madrid del grueso volumen de homenaje: Derecho romano de obligaciones. Homenaje al Profesor José Luis Murga Gener (Madrid, 1994), 1002 págs., en el que participaron medio centenar de romanistas europeos. En aquel acto, donde también se le hizo entrega a don Francisco Hernández-Tejero de otro volumen de finalidad similar, fui consciente por vez primera de que a don José Luis le sucedía algo, pues en algunos momentos de su intervención oral de agradecimiento hubo de echar mano de unos apuntes que había preparado para la ocasión, cuando en actos públicos de ese tipo jamás precisaba de guiones ni de notas complementarias.

El deterioro de su salud a partir de entonces sería lento pero imparable. Su intervención en el curso de verano Poder político y derecho en la Roma clásica, celebrado en El Escorial en 1995, careció ya de la vivacidad que habían tenido siempre sus exposiciones orales universitarias, y la ponencia que presentó en el congreso de la SIHDA celebrado en Bruselas en 1996 ponía de manifiesto el empeoramiento de la situación. Los años sucesivos serían de paulatino declinar, y, como ya he indicado en más de una ocasión, ninguno de sus escritos redactados con posterioridad a 1995 o comienzos de 1996 deberían ser tomados en consideración, y, por ello, tendrían que excluirse de la lista de sus publicaciones.

 

Javier Paricio, José Luis Murga, Francisco Hernández-Tejero, Carmen Hernández, José Iturmendi, Miguel Rodríguez-Piñero, Antonio Fontán y Juan Iglesias, en el acto de entrega de los volúmenes en Homenaje a Hernández-Tejero y Murga.Madrid, noviembre de 1994.

 

6.6. – José Luis Murga falleció en la casa de Sevilla donde pasó sus últimos años, en la mañana del día 28 de septiembre de 2005. Había manifestado el deseo de que su funeral fuera alegre y que en él se cantasen canciones rocieras, sobre todo algunas que le resultaban particularmente queridas y que consideraba adecuadas para la ocasión. Quizá porque nadie lo recordara, las cosas se produje-ron de otro modo, y su cuerpo fue despedido en un solemne funeral concelebrado donde estuvo acompañado por el afecto de gran número de personas. Junto a su féretro, a la altura de la cabeza, colocaron una sola corona de flores, y, casualmente, de la banda que la acompañaba sólo podían leerse desde los bancos del público las palabras Ursicino Álvarez[11], el nombre de quien presidió el tribunal que le permitió acceder a la condición de catedrático y que era a la vez el romanista español al que, por estilo personal y modo de proceder, más había admirado.

 

 

7. – Epílogo

 

Mis primeros recuerdos de José Luis Murga datan de octubre de 1972, cuando yo tenía dieciséis años y asistía a sus clases desde la segunda fila de los bancos de la izquierda en el Aulario, entonces recién inaugurado, de la Universidad de Zaragoza. Don José Luis aparentaba entonces una edad mayor de la que realmente tenía y se desplazaba por el amplio estrado durante toda la hora (pues sus clases duraban una hora completa, no cuarenta y cinco o cincuenta minutos, como solía y suele ser habitual), siempre erguido, mientras desgranaba unas lecciones magistrales inolvidables, tanto por la gracia cautivadora de la exposición como por la profundidad de las explicaciones, en las que el derecho resultaba inseparable de la justicia material y que invariablemente trascendían las cuestiones técnicas tratadas. Se hacía acompañar, en la clase y fuera de ella, por su típica media sonrisa y por un entusiasmo contagioso.

La sonrisa y el entusiasmo los mantuvo siempre, hasta que la enfermedad que lo apresó a mediados de los años noventa entró en su fase avanzada, al igual que mantuvo siempre la pasión por la amistad y una dosis de ingenuidad realmente conmovedora. Las turbulencias por las que hubo de atravesar, y los desengaños a veces sufridos, aunque le dolieran de modo muy hondo no afectaron sin embargo a su forma de ser, seguramente por su sentido trascendente de la vida. Un sentido trascendente que le llevaba a la compresión y a la compasión, al igual que le inducía a detestar el uso oportunista y utilitario de la religión, lo que le resultaba literalmente insoportable.

Pese a ser, como era, un profesor hipnotizante, donde, a mi juicio, su magia brillaba de forma más patente era en la charla distendida en ambiente de confianza: resultaba prodigioso oírle hablar con clamorosa sencillez sobre cualquier cosa. Él solía llevar la conversación y hablaba, con su estilo tan personal, de casi todo y de casi nada: de tiempos pretéritos y presentes, de lo humano y de lo divino, de la angustia, de Sevilla, de derecho, de heterodoxias e inquisiciones, de mitologías, de canciones y poesía, de literatura, de películas. Ver una película al lado de Murga, aderezada puntualmente con sus palabras y saberes, era verla de otro modo.

En el trato directo era ameno y divertido, lo que no resultaba incompatible con su visión trágica de la vida. Sencillo, muy culto, curioso por todo, poeta, amante de la cultura popular, nada práctico, imaginativo, bueno en el mejor sentido de la palabra, era un hombre inclasificable, poco convencional, dotado de una ironía tan fina como demoledora, heterodoxo en aspectos no irrelevantes.

En la breve necrológica que pude redactar en la tarde-noche del mismo día de su fallecimiento, y que aparecería publicada en el Heraldo de Aragón de Zaragoza y en El País de Madrid, dije literalmente que los años de docencia de Murga en Sevilla coincidieron con el inicio de una etapa de profundas dificultades (a la que él llamaba de enloquecimiento) en el seno del romanismo español, donde supo estar, como muy pocos, a la altura que las circunstancias exigían y donde actuó siempre con una honestidad y una independencia de criterio admirables. Un colega romanista que no tuvo especial trato con él, me decía por escrito al conocer su muerte: «ojalá hubiera muchas más personas como don José Luis entre los colegas». He repasado mentalmente con calma su actividad en el campo romanístico, de modo muy especial cada una de sus actuaciones en los tribunales de oposiciones donde le tocó actuar, y, aunque se trate de un campo donde son posibles las discrepancias (entiéndase bien, dentro de ciertos límites), su modo de proceder no resulta objetable ni desde el punto de vista de la justicia ni desde el de la ética, aunque esta referencia acaso pueda parecer extemporánea en un momento histórico como el actual cuando una y otra languidecen en nuestra sociedad posmoderna.

Hombre de contrastes, cuya forma de ser y la libertad con que procedía le llevaron (a su pesar) a resultar incómodo en los principales ámbitos donde se desarrolló su existencia, deja en la moderna romanística española una estela limpia y de buen hacer, que como tal puede ser reconocida por cualquiera que, libre de prejuicios, se aproxime a su persona y a su obra escrita: aunque para los que pudimos conocerle de cerca aquélla quedará siempre muy por encima de ésta.

Sit tibi terra levis.

[diciembre de 2005]

 

 

8. – ELENCO DE PUBLICACIONES DE JOSÉ LUIS MURGA

 

Se incluye a continuación el listado de las publicaciones de José Luis Murga. Por las razones indicadas en el texto que precede, se incorporan sólo los libros y artículos realizados hasta 1995/1996; las posteriores no deben ser tomadas en consideración. Quedan fuera también las recensiones, reseñas y prólogos de libros, que Murga tampoco incluía en el listado de sus publicaciones.

 

I

LIBROS JURÍDICOS

 

La transmisión «mortis causa»  en el arrendamiento rústico (Madrid, 1962).

 

Donaciones y testamentos «in bonum animae» en el derecho romano tardío (Pamplona, 1968).

 

La venta de las «res divini iuris» en el derecho romano tardío (Santiago de Compostela, 1971).

 

La moda bárbara en la decadencia romana del siglo IV (Pamplona, 1973).

 

Protección a la estética en la legislación urbanística del alto Imperio (Sevilla, 1976).

 

Rebeldes a la República (Barcelona, 1979). Existe una reimpresión, que incluye un prólogo nuevo (Sevilla, 1995).

 

Derecho romano clásico II: el proceso (Zaragoza, 1980; existen varias reimpresiones).

 

El edificio como unidad en la jurisprudencia clásica y en la «lex» (Sevilla, 1986): vid. supra nt. 9.

 

II

ARTÍCULOS ROMANÍSTICOS

 

El testamento a favor de Jesucristo y los santos en el derecho romano postclasico y justinianeo, en AHDE 35 (1965) pp. 357-419.

 

El testamento a favor de Jesucristo y los santos en el derecho romano postclasico y justinianeo, en AHDE 35 (1965) pp. 357-419.

 

Los negocios jurídicos «pietatiscausa» en las constituciones imperiales postclásicas, en AHDE 37 (1967) pp. 245-338.

 

Las prácticas consuetudinarias en torno al «bonum animae» en el derecho romano tardío, en SDHI 34 (1968) pp. 110-182.

 

La continuidad «post mortem» de la fundación cristiana y la teoría e la persona jurídica colectiva, en AHDE 38 (1968) pp. 481 -551.

 

La «actio condicticia ex lege» una acción popular justinianea, en RIDA 15 (1968) pp. 353-387.

 

Sobre la anómala «peculiaridad» de la constitución C. 1.3.33 (34) del emperador León, en Iura 19 (1968) pp. 33-66.

 

Testamentos y donaciones «in bonum animae» y la llamada teoría de la personalidad jurídica, en RISG 12 (1968) pp. 1-46.

 

Conceptos romanos básicos para el moderno derecho administrativo, en Romanistas 9 (1970) pp. 497-527.

 

La extracomercialidad de los bienes afectados a un destino colectivo en el bajo Imperio romano, en RIDA 18 (1971) pp. 561-589. [= en Estudios de Historia de la Administración (Madrid, 1971) pp. 1-25].

 

Nulidad o ilicitud en la enajenación de las «res sacrae», en AHDE 41 (1971) pp. 555-638.

 

Posibles bases mitológicas de la magistratura binaria romana, en Estudios clásicos 65 (1972) pp. 1-32.

 

Tres leyes de Honorio sobre el modo de vestir los romanos, en SDHI 39 (1973) pp. 129-186.

 

Una «actio in factum» de Ulpiano para prestaciones imposibles, en RIDA 21 (1974) pp. 299-322. [= en Estudios Santa Cruz Teijeiro 2 (Valencia, 1974) pp. 117-1351]

 

Sobre una nueva calificación del «aedificium» por obra de la legislación urbanística imperial, en Iura 26 (1975) pp. 41-78.

 

Especulación y venta del material urbanístico procedente de los edificios públicos en la legislación romana, en Homenaje Ramón M.ª Roca-Sastre 1 (Madrid, 1976) pp. 153-187.

 

El senadoconsulto Aciliano: «Ea quae sunt aedibus legari non possunt», en BIDR 79 (1976) pp. 155-192.

 

Aportación de los juristas clásicos al concepto jurídico de «aedificium», en Revista de Direito Civil (Sao Paulo) 1 (1977) pp. 79-110.

 

Un enigmático edicto del emperador Vespasiano sobre materia urbanística, en AHDE 47 (1977) pp. 43-68.

 

Un original concepto de «officium» en Séneca (Epist. 102.6), en AHDE 48 (1978) pp. 91-140.

 

Quid in statuis dicendum?, en Estudios Álvarez Suárez (Madrid, 1978) pp. 295-325.

 

El expolio y deterioro de los edificios públicos en la legislación post-constantiniana, en Atti Academia romanistica Costantiniana (Perugia, 1979) pp. 239-263.

 

Delito e infracción urbanística en las constituciones bajo-imperiales, en RIDA 26 (1979) pp. 307-336.

 

Una constitución de Mayoriano en defensa del patrimonio artístico de Roma, en AHDE 50 (1980) pp. 587-621.

 

Una extraña aplicación del senadoconsulto Claudiano en el Código de Teodosio, en Studi Sanfilippo 1 (Milano, 1982) pp. 415-442. [otras versiones y ediciones en RIDA 28 (1981) pp. 163-187 y en Constitución, derecho, proceso. Estudios Herce Quemada y Duque (Zaragoza, 1983) pp. 249-267].

 

El «iudicium cum addictione» del bronce de Contrebia, en Cuadernos Jerónimo Zurita 43-44 (Zaragoza, 1982) pp. 7-93.

 

La «addictio» del gobernador en los litigios provinciales, en RIDA 30 (1983) pp. 151-183.

 

Los «corporati obnoxi», una esclavitud legal, en Studi Biscardi 4 (Torino, 1983) pp. 545-585.

 

Quid de Erote? Un conflicto en el rango hipotecario (Africano, 8 quaest., D. 20.4.9.pr), en Iura 34 (1983) pp. 28-66.

 

La «aestimatio litis» y el «pretium rei», en Sodalitas Guarino 6 (Napoli, 1984) pp. 2607-2624.

 

Un régimen jurídico especial para los sepulcros romanos en Egipto, en RIDA 3 1 (1884) pp. 233-281.

 

Las acciones populares en el municipio de Irni, en BIDR. 88 (1985) pp. 209-260.

 

Posible signifcación del trinomio «actio, petitio, persecutio» en las leyes municipales romanas, en Estudios d'Ors (Pamplona, 1987).

 

Una aparente contradicción entre Juliano y Gayo-Paulo sobre el rango hipotecario, en Estudios Iglesias (Madrid, 1988) pp. 859-873.

 

Las acciones populares en la «lex Coloniae Genetivae Iuliae», en SCDR 1 (1989) pp. 103-173 [= Estudios sobre Urso (Sevilla, 1989) pp. 377- 466].

 

La «perclusio locatoris» una forma extralitigiosa de ejecución, en Revista Facultad de derecho Universidad Complutense 75 (1990) pp. 597-644 [= Estudios Hernández Tejero (Madrid, 1994) pp. 379- 426].

 

La mutación del concepto de edificio por obra de la jurisprudencia clásico-tardíá, en Homenaje Vallet de Goytisolo 5 (Madrid, 1989) pp. 691 -726.

 

Las ganancias ilícitas del magistrado municipal a tenor del c. 48 de la «lex Irnitana», en BIDR 92-93 (1989-90) pp. 1-46.

 

La «obnoxietas», una tardía esclavitud «ex lege», en Revista Facultad de derecho Universidad Complutense 76 (1 991) pp. 141 -161.

 

La «popularidad» de las acciones en las leyes municipales de la Bética, en RIDA 38 (1991) pp. 219-284.

 

El delito de «ambitus» y su posible reflejo en las leyes de la Bética, en SCDR 3 (1991) pp. 113-134) [= en Iura 41 (1990) pp. 1-23 = en Roma y las provincias: realidad administrativa (Madrid, 1994) pp. 189-2081.

 

[Trajes bárbaros prohibidos por Honorio como situación predelictiva, en BIDR 98-99 (1995-96) pp. 147-1701.

 

[Ideologías y políticas en el Bajo Imperio y su influencia en los delitos, en Poder político y derecho en la Roma clásica (Madrid, 1996) pp. 191-208].

 

III

LIBROS NO JURÍDICOS

 

Rocío, un camino de canciones (Sevilla, 1991), 4ª ed. 1995.

 

Cofradías de Sevilla, un camino de esplendores (Sevilla, 1994).

 

Pilatos llora en Sevilla (Sevilla, 1995).

 

[Una edición independiente de este escrito en formato de libro y con mayor aparato fotográfico se editó el 18.4.2006 a cargo de la Fundación «Ursicino Álvarez»].

 

 



 

[1] Quiero dejar constancia expresa de mi gratitud a Leopoldo Murga Gener, cuyo testimonio ha sido de inestimable valor para elaborar los epígrafes relativos al origen familiar y a la niñez y juventud de su hermano José Luis.

 

[2] También llegaría a pertenecer a la de la Universidad y a la Macarena.

 

[3] Junto a José Luis Murga obtuvo la condición de agregado en aquella oposición Alfredo Calonge. Varios de los que se presentaron y no obtuvieron plaza en aquel momento la lograrían en ocasiones posteriores.

 

[4] A esa etapa ya me referí en el artículo José Luis Murga, los años de Zaragoza, en Annaeus 1 (2004) pp. XIX ss., del que existe una tirada independiente anterior (Madrid, 2004). Varios de los párrafos que siguen son reproducción o adaptación de los que figuran en ese artículo.

 

[5] Como don José Luis nos había hablado a un grupo de alumnos, durante la estancia en la Universidad de La Rábida en el verano de 1973, acerca de un estudio sobre la rebeldía de la juventud en la antigüedad, yo malinterpreté luego que ese estudio lo había realizado ya en Santiago, lo que incluso llegué a dejar por escrito. El mismo me comentó lo errónea que era tal datación cuando insistí en ella en 1995, tras la reedición del libro.

 

[6] E1 contenido de este epígrafe reproduce en lo sustancial lo que ya indiqué, con ocasión de la reimpresión del libro, en SDCR 7 (supl. 1994-95) pp. 142 ss. = en De la justicia y el derecho (Madrid, 2002) pp. 597 SS.

 

[7] Incluso llegaría a figurar en algunas exposiciones acerca de la Segunda República española.

 

[8] Este artículo lo mantengo aquí porque puede ser que don José Luis lo revisara en Sevilla, pero estoy seguro de que al menos una primera versión del mismo la había redactado ya en Zaragoza.

 

[9] La única monografía romanística publicada en esos años es El edificio como unidad en la jurisprudencia romana y en la «lex» (Sevilla, 1986), pero la edición realizada por la Universidad hispalense es tan lamentable, tanto desde el punto de vista estético como de erratas, que el libro resulta de lectura irritante.

 

[10] En cierto modo complementario de ese libro sobre los armaos que acompañan al paso del Cristo de la Macarena es el folleto Esperar con esperanza publicado a comienzos de 1996.

 

[11] Sospecho que ya imagina el lector que la inscripción completa rezaba Fundación Ursicino Álvarez.